El arte como refugio en un mundo que arde

Cuando las ciudades se aceleran, las crisis se multiplican y la sensación de peligro o incertidumbre se instala en la vida cotidiana, el arte emerge con una doble función: consuela y activa. En México, el arte no solo entretiene; salva, organiza redes, cuenta historias de resistencia y ofrece espacios de reparación emocional para comunidades golpeadas por la violencia, la crisis económica, la pandemia y el deterioro ambiental. Lejos de ser un lujo elitista, el arte se ha convertido en una forma de resistencia y refugio colectivo.

Durante la pandemia de COVID-19 se hizo evidente el poder terapéutico de las prácticas creativas. Estudios sobre salud mental en la población mexicana registraron aumentos significativos en ansiedad, depresión y estrés, y al mismo tiempo demostraron cómo actividades artísticas —desde murales comunitarios hasta talleres virtuales de música o teatro— ayudaron a procesar pérdidas, reducir el aislamiento y fomentar la resiliencia. Para muchas personas, participar en proyectos culturales fue una manera de reconectarse con otros y encontrar sentido en medio de la incertidumbre.

Más allá de los programas oficiales, la escena independiente se mantiene como un pulmón creativo. En todo el país, desde Oaxaca hasta Tijuana, han surgido espacios autogestionados que combinan arte, educación y apoyo mutuo. Foros independientes, galerías emergentes y talleres de barrio funcionan como refugios donde la creatividad se mezcla con la solidaridad. En comunidades afectadas por la violencia o el desplazamiento, proyectos artísticos impulsan procesos de duelo colectivo y fortalecimiento emocional. El arte se convierte en una forma de sanar lo que la violencia rompe.

Los beneficios del arte en la salud están bien documentados. Diversas investigaciones indican que la práctica artística mejora la autoestima, reduce el estrés y estimula la empatía. Las terapias basadas en arte, música o danza se han incorporado en algunos hospitales y centros comunitarios de México para tratar depresión, ansiedad o traumas. Incluso sin fines clínicos, la creación artística ofrece un canal para expresar emociones difíciles y recuperar el equilibrio mental. En contextos rurales e indígenas, las expresiones artísticas también fortalecen la identidad cultural y la transmisión de saberes, aportando un sentido de pertenencia que es fundamental para la salud emocional.

En los últimos años, el arte ha sido clave para visibilizar problemáticas sociales y generar conciencia. Murales que denuncian feminicidios, obras teatrales que abordan la migración o la violencia, y exposiciones sobre cambio climático son ejemplos de cómo la creación artística contribuye a la conversación pública. Este tipo de arte, además de servir como desahogo, promueve la empatía social y la participación ciudadana. En un país donde las heridas sociales son profundas, el arte se convierte en una herramienta para imaginar futuros posibles.

Sin embargo, los artistas y los espacios culturales enfrentan desafíos estructurales que limitan su capacidad de ser refugio para más personas. La inversión pública en cultura sigue siendo baja en comparación con otros sectores. La mayor parte de los recursos se concentra en las grandes ciudades, dejando desprotegidas a las regiones rurales o marginadas. Además, la inseguridad ha obligado al cierre de recintos y la cancelación de eventos en algunas zonas. En el ámbito digital, las brechas tecnológicas dificultan que muchas comunidades participen en programas artísticos en línea. Todo esto hace necesario un rediseño de las políticas culturales con enfoque social y territorial.

Para escalar el impacto del arte como refugio, los especialistas proponen varias estrategias. En primer lugar, garantizar financiamiento estable y accesible para proyectos comunitarios y colectivos independientes. En segundo lugar, integrar el arte en políticas de salud y educación: incluir actividades creativas en escuelas y centros de salud como parte de los programas de bienestar emocional. En tercer lugar, fomentar la regeneración de espacios públicos seguros que permitan prácticas artísticas al aire libre. Finalmente, fortalecer las alianzas entre gobierno, iniciativa privada y sociedad civil para sostener proyectos sin mercantilizarlos por completo.

El arte, en su forma más esencial, conecta con la capacidad humana de transformar el dolor en belleza y el caos en significado. En tiempos donde la incertidumbre domina las conversaciones, la creación artística nos recuerda que aún es posible imaginar, sentir y compartir. Los artistas, desde los grandes escenarios hasta las calles de los barrios populares, son portadores de esperanza. Su trabajo no solo embellece, sino que sana, educa y da voz a quienes el sistema suele dejar fuera.

En un mundo saturado de violencia mediática, estrés y crisis climáticas, el arte ofrece una pausa. Es un refugio emocional, pero también una herramienta política y social. Nos permite mirar el presente con más profundidad y construir una cultura de cuidado mutuo. Apostar por el arte no es una frivolidad, sino una necesidad colectiva. Invertir en cultura es invertir en salud, en cohesión y en futuro. Porque cuando el mundo arde, el arte sigue siendo uno de los pocos lugares donde aún podemos respirar.

Este material es de carácter educativo e informativo únicamente, no sustituye ni reemplaza la consulta profesional, y en ningún caso deberá tomarse como consejo, tratamiento o indicación médica. Ante cualquier duda, deberá consultar siempre con su médico de confianza.

Fuentes bibliográficas

  1. Secretaría de Cultura de México. Informe de Programas de Colectivas y Festivales Culturales Comunitarios para el Bienestar Cultural 2023–2025. Ciudad de México, 2025.

  2. Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC). Convocatorias y resultados 2024–2025. Secretaría de Cultura, México.

  3. Hernández-Díaz, Y. et al. Impacto del arte y la cultura en la salud mental postpandemia en México. Revista de Salud Pública, Universidad Nacional Autónoma de México, 2024.

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